Nota publicada en el diario El Esquiú el sábado 19 de septiembre de 2020.
Estamos atravesando un período complicado con la emergencia sanitaria a nivel mundial. Es común ver cómo entramos y salimos de cada fase, según el grado de complicación de la pandemia. Vamos en camino hacia lo que llamamos “una nueva normalidad”.
En una entrega anterior planteamos ser creativos en estos tiempos, proponiendo la idea de aprovechar esta situación tan inestable, imaginando acciones concretas para producir cambios que serían de gran relevancia en el tiempo, una vez que pase todo esto… o mientras sucede.
Considerando el área de influencia de la plaza 25 de mayo de nuestra ciudad, donde el automóvil se adueña de tres de sus calles que la rodean: República, San Martín y Sarmiento; es que pensamos como prioritario ceder ese espacio para la vida del peatón.
Cuando avanzamos hacia la plaza principal, caminando por calle República, en sentido este-oeste, o lo hacemos por calle San Martín, en sentido oeste-este, notamos cómo se extiende hacia la mano izquierda una gran playa de estacionamiento lineal de dos cuadras. Esto se evidencia aún más en la calle Sarmiento, al frente de la Catedral Basílica y la Casa de Gobierno, que son edificios emblemáticos para la imagen y la memoria de nuestra ciudad.
Se nos ocurre hacer un juego de palabras entre parking y rambla para entender los beneficios de desalentar el ingreso del automóvil. El primer término, hace referencia a la voz inglesa usada internacionalmente para designar el lugar destinado al estacionamiento de automóviles. El segundo término, se utiliza para designar a aquellos espacios urbanos que se caracterizan por ser amplias superficies por las cuales los peatones pueden circular libremente.
El parking es un espacio injusto para la ciudad, que quita la posibilidad del disfrute por parte del peatón. En muchas ciudades del mundo, en las plazas de gran valor simbólico, el auto se ubica de manera subterránea. Esto es imposible en nuestra realidad, considerando que esa obra sería muy costosa, entonces hay que tomar otras medidas.
No estamos en contra de las playas de estacionamiento que ya existen en la ciudad y que funcionan en este momento. Pero creemos que el Municipio puede regular el ingreso de autos por las calles a estos predios privados para estacionar, como así también lo hacen las ambulancias y los móviles policiales, en determinadas circunstancias.
Ahora, ¿qué sucede cuando apostamos a las ramblas?; muy comunes en la España mediterránea y difundido su uso a otras ciudades del mundo; siempre animadas, con música, repletas de turistas y artistas callejeros. Un paseo con estas características resulta agradable para sentarse a contemplar el ir y venir de los transeúntes. También permite el uso por parte de los bares de la zona de espacios para ubicar mesas y sillas.
Si el Estado municipal tomara la decisión de desaconsejar el estacionamiento de vehículos en las calles mencionadas, con una prueba que dure un mes; la gente comprendería los beneficios que eso traería aparejado.
La vida de la gente se vería beneficiada lejos del estrés de estar alerta “del conductor alto, atlético, masculino y de buenos ingresos económicos, que conduce una camioneta de gran porte y que se abre paso por donde quiera en nuestro casco histórico del área central”; como lo venimos diciendo para llamar la atención del lector.
También comenzaríamos a ver una ciudad donde la arquitectura que dejó el arquitecto Luis Caravati se funde en el paisaje natural conformado por el telón de fondo de los sistemas montañosos del Ambato y del Ancasti, que cambian de color según la estación del año y el momento del día.
Por estos días circula en las redes sociales una imagen que da cuenta del falso mito que el nivel de desarrollo de una sociedad se mide por la posibilidad que tienen las personas de acceder a un automóvil. En realidad, una sociedad es desarrollada, entre otras consideraciones, por cómo la clase media decide usar el transporte público y dejar de estacionar el auto en los espacios públicos de gran valor patrimonial.
Por Basilio Bomczuk, arquitecto