Nota publicada en el diario El Esquiú el sábado 15 de agosto de 2020.
A fines de la década del setenta del siglo pasado, el Arquitecto Eduardo Jorge Sarrailh delineó las Bases de Instrumentación del Ordenamiento Urbano del Gran Catamarca, trabajo éste continuado luego por el arquitecto Rubén Gazzoli.
En este extenso e importante informe se establece que “La configuración volumétrica, ha sido concebida para que la ciudad de Catamarca en su parte central mantenga la distancia, la imagen actual que es la que dominó el paisaje del Valle desde fines del siglo pasado. Para ello se propone una estructura de alturas escalonadas, en el casco entre avenidas, que permite: densificar el área para aprovechar al máximo la infraestructura y el equipamiento existente y mantener la citada imagen. Ello solo es posible en una ciudad como Catamarca que tiene una pendiente oeste-este del orden de aproximadamente el 3,3% y suaves pendientes de este eje hacia el norte y el sur”
Posteriormente, a principios de este siglo, uno de los ejes del Plan Urbano Ambiental (o las Bases del Plan Urbano Ambiental, como llaman algunos expertos) establece que: “El Municipio debe asumir un rol pro-activo en relación a la actividad privada para incentivar las iniciativas turísticas y, por otro lado reconocer la importancia que tiene a los fines de la atracción turística, la preservación y la puesta en valor del patrimonio cultural existente que sustenta la identidad de la ciudad, como así también del patrimonio natural y su calidad ambiental y paisajística”
En los dos casos, nos están hablando de las cualidades distintivas a considerar especialmente en el área central de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca. El área que dentro de la ciudad contiene los lugares de valor tradicional, ambiental e histórico. El área que representa una imagen característica, por su conformación y tipología edilicia y que es necesario respetar.
Las gestiones municipales que han pasado (desde que Sarraihl y Gazzoli comenzaron con sus estudios de la ciudad) han entendido con distinto grado de compromiso la importancia de promover, para la actividad turística, el área central de la ciudad. Cada día que pasa vemos que el automóvil se adueña más de las calles de este sector de la ciudad con el silencio cómplice y cómodo de nuestra parte. Priman el caos y la falta de criterio. Nuestras calles no son amables cuando hay turistas.
Este sector de la ciudad tendría que estar preparado para los viajeros. Podría contar en sus corazones de manzana con patios internos adaptados para la vida cultural, administrativa y comercial. Deberíamos contar con un área central a escala de la persona que la camina todos los días. En esta ciudad, que alguna vez promocionó su oferta cultural con el slogan “Capital de Montaña”, están dadas las condiciones para desarrollar este tipo de turismo en comunión con la naturaleza.
Nuestra ciudad está en medio de montañas. Desde casi todas las calles de nuestra cuadrícula urbana podemos apreciarlas. Podemos subir, a través de senderos y caminos que nacen a pocos metros del centro, a miradores naturales para observar el valle.
El área central de nuestra ciudad constituye un valioso patrimonio cultural y también un importante recurso turístico. El reforzamiento de la simbiosis entre ciudad y turismo, convertido en un importante factor de recuperación de la economía local, plantea problemas nuevos en relación con el medio ambiente.
Salvador Rueda (ya mencionado en otra oportunidad en este espacio) nos advierte, también, que “la ciudad es un sistema de proporción en sí mismo” y que en muchas ocasiones el turismo se pasa de proporción; ya que esta actividad genera impacto. En estos tiempos de pandemia que vivimos como Humanidad y que nos lleva a una vida sin la normalidad habitual, quizás es el momento de pensar iniciativas que, promovidas desde el Estado, proyecten un turismo urbano sostenible.
Por Basilio Bomczuk