Hoy queremos contarles a los amigos lectores de esta columna semanal cómo un puente puede unirnos y separarnos a la vez. Lo lógico es que generalmente suceda lo primero, ya que un puente tiende a unir dos orillas. Todo puente permite compartir.
Mañana, 10 de diciembre celebramos los 25 años del comienzo de la construcción de un puente en nuestro país. La construcción de un puente que nos llevaría a salvar obstáculos y permitirnos vivir felices en democracia; a soñar con un país mejor, con una sociedad igualitaria, una tierra en la que no faltaría la educación, el trabajo y en donde podríamos desarrollarnos como personas.
Todavía estamos con la construcción de ese puente integrador. Nos cuesta mucho terminarlo. Muchas bolsas de cemento se han robado en estos años impidiendo su conclusión.
Quien escribe esta nota recuerda que al día siguiente de la elección presidencial de 1983 continuábamos festejando en una clase de matemáticas de la Facultad de Arquitectura de Tucumán y el profesor –estando también feliz por lo que había sucedido en el país– sin embargo nos instaba a seguir con la clase para ponernos a construir inmediatamente el puente que nos llevaría a la otra orilla y formar parte de una sociedad mejor.
Cuántos obstáculos colocamos los ciudadanos en estos 25 años de democracia en este difícil camino de la construcción de ciudadanía ¡Qué fácil hubiera sido si no hubiéramos perdido el tiempo en pensar cómo hacer para entorpecer la obra del puente!
Cuánta discriminación todavía existe en nuestras ciudades hacia los discapacitados, los homosexuales, los que profesan otra religión, los que son “distintos” ¡Qué afán el nuestro por separar! ¡Qué liberador sería para nuestra sociedad cruzar juntos el puente de la integración! ¡Qué felices nos haría!
Todavía existen en nuestras ciudades padres que aconsejan a sus hijos a no juntarse con otros chicos porque viven en entornos diferentes a los suyos; ni mejores ni peores, solamente diferentes ¡Cuánto miedo!
Seguramente aquel 10 de diciembre de 1983 veíamos por televisión cómo un presidente que había sido elegido por el voto popular nos ayudaría a cruzar el puente, cuyo destino era el desarrollo de nuestra sociedad. Pero nos quedamos en medio del camino. Todavía no pudimos concluir la obra de aquel puente. Todavía no pudimos cruzarlo. Todavía no pudimos llegar a la otra orilla…
En La Puntilla
En la ciudad de Belén, cuando tomamos la ruta que nos lleva a Andalgalá, cruzamos un puente sobre el río Belén y pasamos por un poblado rural llamado “La Puntilla”.
Allí estuvimos en uno de nuestros talleres de concientización turística visitando una escuela. Los chicos del tercer ciclo del EGB, nos recibieron con la calidez que los caracteriza y con nuestra preocupación por el horario, ya que se aproximaba el momento del almuerzo.
Quien escribe esta nota se sorprendió al enterarse por boca de los mismos chicos, que no sabían que era “eso de la internet” Se sorprendió también al verles las caras cuando observaban las imágenes de la presentación, cuando en realidad sólo mostraban lo que pasaba del otro lado del puente… en Belén.
Apenas un puente… apenas unos metros… sin embargo la distancia parecía enorme. Ese puente sobre el ancho y seco río Belén –que en verano crece de una manera tan exagerada que sorprende al visitante que por casualidad está por esas tierras– en vez de unir separa.
Una misma generación de chicos viven dos realidades distintas, separados por un puente. Mientras los de la ciudad de Belén tienen la posibilidad de acceder a la tecnología del momento y soñar con la alternativa de seguir estudiando, los de La Puntilla no pueden y cuando a éstos se les pregunta si seguirán el polimodal se resignan a decir que no, mostrando en sus caritas que sí les agradaría hacerlo, pero que la realidad les dice que deben ir a trabajar la tierra o cuidar los animales de la finca.
¿Qué paso con ese puente virtual que comenzamos a construir aquel 10 de diciembre de 1983? ¿Por qué todavía no estamos unidos? ¿Por qué todavía no existe igualdad para todos? ¿Por qué todavía no concluimos la obra de ese puente integrador que soñamos?