Cuando un turista llega a nuestra ciudad, no solamente viene a ver edificios. Viene a conocer nuestro medio cultural, a saber cómo somos, cómo vivimos, qué hacemos. Al recorrer sus espacios públicos abiertos o sus espacios urbanos abiertos, interconectados por sus calles, aprehende la trama de la vida cotidiana de la ciudad.
Como dice Toni Puig, creador de la marca Barcelona, cuando trata de explicar qué es la ciudad: “La ciudad es muchas cosas: el diseño urbano, los edificios, los espacios públicos y los privados, las vías y medios de transporte, etc., pero ante todo sus ciudadanos. La cultura de los ciudadanos y la cultura de las relaciones sociales, son la trama desde la cual se teje la vida cotidiana de la ciudad”
Lo deja bien en claro este catalán, la ciudad no es sólo el hecho físico, va más allá, apunta a lo humano y lo producido por éste. Es probable que las instituciones y personas que toman decisiones en la ciudad (Estado y vecinos) no hayamos tomado conciencia de esto. Tenemos un gran potencial para explotar turísticamente, del cual no somos verdaderamente conscientes. Quizás es una falta de valoración de nuestros recursos. Siempre miramos “la cáscara” de los ejemplos foráneos, cuando deberíamos mirar “los conceptos” que dan origen a las cosas buenas que sirvieron a las ciudades para sostenerse económicamente con la actividad turística.
Muchas veces se ve a la cultura como una cuestión de elites, circunscripta a ámbitos cerrados en medio de recepciones caretas con bocaditos y champán. La cultura, sin embargo, es la vida misma de un lugar, es lo cotidiano, es la interrelación de la gente de la ciudad. Es lo que tenemos para compartir con el foráneo.
Toni Puig habla también de la indiferencia de los ciudadanos por la cultura y cómo hacer para despertar en ellos la sensibilidad: Vemos ciudadanos con frecuencia indiferentes al encantamiento de las artes, sumidos en el hipnotismo complaciente de la “caja boba” o el consumismo y atrapados en las angustias de sus problemas personales. El desafío es conmoverlos y despertar su entusiasmo por la cultura para crear, con y desde ellos, sentidos que den nuevo sentido a su vida, individual y colectiva.
La presencia de la cultura ha de liberar sus potencialidades, sea con una representación teatral, un recital de música, un libro, una exposición de arte o un taller y estimularlos a reconocer la plenitud de su ser en relación con otros seres, hermanados en el acto supremo de descubrir y compartir el sentido de una realidad antes vivenciada como sin-sentido”
Reiteramos el ejemplo de Curitiba y “su revolución cultural”, hecho desde y por los mismos vecinos de la ciudad. Hoy en día viven del turismo que viene a “conocerlos”